Reflexiones de un Médico

Quisiera aprovechar estas líneas para hacer un llamado a las conciencias de los médicos, cirujanos y profesionales de la salud en este mismo sentido, un llamado al carácter y al ambiente humano que debemos imprimirle a nuestro accionar y a nuestro desempeño. 

La proliferación de la excesiva tecnificación, no sólo va cambiando al médico en ingeniero o técnico, sino, que cada vez, el médico confía o confiará más el diagnóstico a un conjunto de datos y procedimientos que le facilitan su tarea, dejando de lado al enriquecedor encuentro con el ser que sufre. 

Cada día vemos que existe un mayor olvido de los clásicos conocimientos, del interrogatorio detenido y acucioso, de la verdadera exploración clínica, del diagnóstico sin prisas, de la provechosa conversación con nuestros Pacientes en los casos difíciles y de la sagrada relación médico-paciente. 

Se hace imperativo que, ante el avance avasallador de los medios de apoyos como son diagnósticos y terapéuticos, el médico, el cirujano y el profesional de la salud, aprenda a discernir y colocar el bienestar del enfermo ante todo, excluyendo el abuso y la magnificencia tecnológica, evitando así a sus pacientes riesgos y gastos innecesarios. 

El médico, que es poco conocedor del aspecto humano de su quehacer, que no recuerda y hace conciencia de que se encuentra en su camino, diariamente, frente a enfermos y no a enfermedades, aquel médico que nunca llega a distinguir entre curación, alivio y consuelo, acabará haciendo de su ejercicio profesional un acto mecánico, deshumanizado, frío, superficial y sin carisma. 

La actividad médica como consecuencia debe traspasar las fronteras de una simple profesión y llegar a conseguir la auténtica dignidad de una verdadera y noble misión. 

Si nuestra mente y nuestro espíritu han llegado a comprender que nuestra única razón de ser y hacer es en último término el enfermo con todos los componentes que rodean su estado y su posición, él debiera constituir siempre nuestro punto de mira, nuestra preocupación preferente y nuestro horizonte. 

Allí no tiene cabida la soberbia y el mercantilismo, dos factores que desvirtúan absolutamente esa razón de ser y hacer. La medicina es una prestigiosa y digna condición. 

Para quien la ejerce como médico general o en las diferentes áreas de sus especializaciones significa un privilegio de excelencia. 

Nuestra tarea desde el ámbito de la cirugía es tratar día a día de acrecentar ese prestigio, luchar por sacar del camino el trabajo deshonesto cuyo punto de mira apunta a otros fines y tratar, en la medida y capacidad de cada cual, de mantenerse al día. 

No realizar procedimientos ni intervenciones para los cuales no estamos preparados suficientemente y considerar que siempre habrá alguien que tiene más experiencia y conocimientos sobre el tema en cuestión. 

El pedir su ayuda no significa un fracaso ni una vergüenza cuando dicha acción va en beneficio del paciente. 

Nuestra tarea como médicos no es una tarea fácil, nunca lo ha sido. Tiene muchos bemoles, asperezas y tropiezos. 

El saber sortearlos con prestancia, dignidad y honestidad prestigian nuestra labor, la de nuestro grupo y la de nuestra comunidad. 

La medicina constituye un arte por lo que significa la virtud para realizar una tarea. 

También su trabajo lleva implícito un carácter de humildad. 

No lo sabemos todo, no podemos saberlo todo y muchas veces nos equivocamos. 

Al mismo tiempo lleva aparejada la satisfacción espiritual de haber logrado un beneficio para nuestros semejantes, que estoy cierto que constituye la mayor recompensa. 

Alguna vez la definimos como “Una ciencia difícil, un arte delicado, un humilde oficio y una noble misión”. 

Por eso es que digo que: Un Médico, puede perder la sensibilidad, pero nunca la Humanidad. 

 

Dr. SYLVIO DEL LAGO ROMO